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Historias de Poeta y Sus Viajes

La Poesía y la Mano Asesina

 

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Castillo de Poetum - Puente sobre las aguas - Camino hacia las afueras de la ciudad

 

Ustedes saben que soy atemporal y que nací y viví hace muchos siglos. Hace muchos y muchos siglos yo trabajaba en la panadería central de Poetum en la receta de un pan especial, con la mezcla de trigo y avena, y deseaba aplicar en él un aroma de hierbas verdes del campo. Entonces, me fui, tan pronto como amaneció, al campo en las afueras del pueblo central de Poetum y, tras una caminada de una hora, alcancé una altiplanicie donde había pequeñas casas y plantaciones muy pequeñitas. La imagen era de un mar de hierbas verdes. Una de las casas tenía la chimenea descascarada, pero de ella salía un humo blanco y organizado, como las argollas de una cadena de hierro. La puerta se estaba abriendo y un hombre robusto, de tórax aventajado y con cabello y barba rojos, salió y se sentó en el banquillo de madera de tres patas. Apoyó la mano en el mentón y el codo en el muslo derecho. Llegando a la casa y agachándome con cuidado para no ser visto por él, miré a través de la ventana. Era una casa pobre, pero cómoda, con sala cuadrada y única, con paños gruesos, dos capas de paños gruesos de lana sobrepuestos en una pila llana de paja donde reposaban tres niños de pelos largos. No pude saber si eran niños o niñas. En otro rincón, junto a una hornalla a leña, y trabajando con el ombligo pegado a un tronque de madera bruta, redondo y largo, groseramente nudoso y resistente, una pequeña mujer de pelos rubios pelaba papas grandes y las arrojaba sucesivamente en una especie de caldera de hierro en el fuego movido a leña. Ella cantaba una música para niños y, créanme, ella sonreía, dejaba el cuchillo y las papas cada dos o tres minutos y se volteaba a acariciar un cachorro de oveja que comía hierba y tomaba agua en un recipiente adyacente al mostrador donde la mujer preparaba su sopa de papas. Ella practicaba su culinaria medieval, cantaba y acariciaba la oveja. Acariciaba la oveja pelando papas, cantaba y miraba al pequeño animal. En un abrir y cerrar de ojos, el gran hombre entre en la sala cuadrada con un estruendo de pasos cortos y gritó algo que no pude comprender. Por su cara tensa y por los gestos de su mano derecha, que cortaba el aire de arriba abajo, parecía que a él no le gustaba la música que en este momento era muy audible incluso alrededor de la casita. Pero cuando ella quiso alcanzar la oveja, el hombre detuvo firmemente la mano derecha de la mujer, alzó la voz, agarró a la mujer con la mano izquierda y la oveja en su regazo con su gran mano derecha por debajo del vientre del animal y las llevó hacia fuera de la casa. Volteé mi cuerpo y me fui a espiar la escena mirando a través del pequeño espacio de la esquina de la pared de la casa. El hombre decía claramente en la lengua de Poetum que la casa no era lugar de animal, que la oveja debería quedarse afuera. La mujer entró en la casa y el hombre agarró un gran arado para bueyes y lo alzó en la vertical para hacer un reparo. Luego, se dirigió hacia una cabaña de barro a fin de buscar una herramienta. La mujer salió de casa y llevó la oveja otra vez hacia adentro. El hombre regresó al arado, miró la oveja y no la vio. Endureció su cuerpo y se le erizaron los pelos de los brazos. Entró con firmeza en la sala a los gritos. Corrí hacia la ventana. Los niños lloraban entre un hipo y otro. Él arrastró a la mujer hacia fuera, decía posibles groserías, la tiró en un montón de leñas y ella gritó de dolor al golpearse el tórax en la madera. Él agarró un rastrillo y lo alzó en el aire…

 

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Castillo de Poetum visto desde lejos. Fíjese que el castillo fue construido sobre el rio.

Una fábula circulaba en esta época entre los poetas de Poetum de que, si en el minuto inmediatamente anterior a la acción final en la ejecución de un asesinato el asesino oyera una poesía alegre y enérgica, la poesía trabaría la mano y el instinto del asesino. De esa manera, él no cometería el asesinato. Fue cuando corrí hacia el otro lado de la pared y fui hacia la frente de la casa, ya recitando en alta voz:

 

Hombre rudo y trabajador

Vuestras hierbas verdes testimonian

Padre o no de estos vástagos

Vosotros sois señor de estas cercanías y de estas vidas

 

Mira la mano que cava la tierra

¡Para ahora para sonreír!

Mañana un sol ameno

Ha de brillar en tus ojos libres

¡Ama a la mujer, olvida la rabia!

¡La rabia pasa, la mujer se queda!

Crea una oda a tu buen sentido

El amor del mundo

Te va a abrazar.

 

El Hombre quedó petrificado debido a mi presencia. Bajó el rastrillo y le paso la mano a la mujer, ayudándola a levantarse. Se arrodilló, mirándole los pies, y pidió perdón mil veces en un tono de voz decreciente…

Cuando él se volteó para mirarme, sólo pudo ver un bulto que corría sacudiendo la mano izquierda en un movimiento de vaivén. La mano derecha subía y bajaba con el haz de hierbas verdes que, como cuchillo sin filo, cortaba el aire y me ayudaba a correr para hacer en un segundo mi pan de hierbas endulzadas. La fábula de que una poesía podría trabar la mano asesina ya me había sucedido, de esa forma, en el reino de Poetum…